DESCARGA
LA REVISTA AQUÍ

EL ÁRBOL DEL PARAÍSO

Los hechos son subversivos, y las mentiras, tóxicas
Leonardo Curzio

En una multicitada entrevista,1  el papa Francisco hacía un diagnóstico preciso de algunos de los desafíos que hoy tiene el periodismo. Hombre sensible a la problemática contemporánea, ubicaba cuatro grandes riesgos (o abismos) en los que el ejercicio periodístico actual podía caer. En muchos casos, no era solamente una hipótesis, sino la constatación de que un grupo importante de periodistas no solo caía, sino que retozaba con comodidad en algunos de ellos y en numerosas empresas se convertía en un modelo de negocio que adopta formas distintas que van desde el infoentretenimiento hasta el más tradicional y tópico de los sensacionalismos. La idea de una prensa neutral y objetiva es, sin embargo, algo deseable para el buen funcionamiento de una democracia. El respeto a la dignidad y buena reputación de las personas también. Y como es natural, la protección de los datos personales debe ser compatible con el ejercicio de la libertad de expresión.

A pesar de que para efectos expositivos los cuatro elementos, citados por el papa, se distinguen, como si fuesen planetas independientes, en la realidad cotidiana conservan muchas ramificaciones compartidas y, en algunos casos, es imposible distinguir al uno del otro. Cuando se calumnia, por ejemplo, también se miente y muchas veces, cuando se hacen ambas cosas de forma sincronizada, se busca provocar daño a un adversario al invalidarlo moralmente. Con ello, la calumnia se convierte en un arma política que rara vez se usa de forma aislada; por el contrario, es más frecuente que se use filtrándola en la información general, incluyendo datos personales o íntimos, para disimularla como parte de un relato más amplio que se pretende inocente. Pero antes de continuar con la argumentación, revisemos, ¿cuáles eran estos avisos según el pontífice?

El primero es establecer una frontera precisa (hoy más porosa que nunca) entre lo verdadero y lo falso. Este dilema epistemológico ha existido siempre, pero en estos tiempos de relativismo y de retraimiento del discurso racional en favor de disertaciones alternativas, se convierte en un elemento tóxico para la deliberación pública porque puede llegar, incluso, a polarizar a las sociedades sobre concepciones irreconciliables. Las modalidades de interacción son varias y pueden ser mediante la difusión de noticias falsas o creando una polarización artificial e insoluble. La deliberación nacional saludable es un elemento toral de toda democracia. Vista en su definición más elemental, la democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo y frente al pueblo.2 Digámoslo sin ambages: además de requerir una legislación electoral equitativa, órganos autónomos (o creíbles) que organicen los procesos electorales y tribunales que resguarden la imparcialidad, un pueblo debe tener garantizado el acceso a una información fidedigna y un gobierno abierto y trasparente que rinda cuentas. De no concurrir estas circunstancias no puede delegar, en condiciones óptimas, su soberanía. Y no lo puede hacer porque carece de los elementos fundamentales para tomar decisiones (elegir) y evaluar el desempeño de la administración o las propuestas que se formulan en campaña.

Para las democracias tradicionales y más aún las contemporáneas, es un desafío colosal que los medios y los periodistas puedan no solo acceder a la información gubernamental, sino tener plena libertad para requerir elementos suplementarios. Las pugnas entre prensa y los gobiernos son crecientes en todas las democracias, pero conservar el equilibrio es una garantía de su supervivencia. Las posibilidades de mentir desde el poder (o para llegar al gobierno) son amplísimas y crecientes y pueden afectar severamente el correcto funcionamiento de la democracia. Se atribuye a Thomas Jefferson el dilema aquel que planteaba: puestos a escoger, es más importante para una democracia una prensa libre que un gobierno. Por supuesto, lo ideal es encontrar un equilibrio virtuoso entre ambas y que cada cual cumpla, sin interferencias, su función. La prensa no gobierna, pero crítica y, por tanto, modera el ejercicio gubernamental (es el tribunal de la opinión publicada que se relaciona y alimenta a la opinión pública) y el gobierno informa, pero no condiciona, ni con juicios ni con leyes, la tarea de los informadores.

La tensión política más importante de estos tiempos, en casi todas las democracias, es la generación sistemática de mentiras procesadas en la comunicación gubernamental, que se intentan pasar como noticias genuinas y opiniones válidas en los medios de comunicación, provocando una cotidiana fricción entre lo verdadero, lo comprobable y lo falso. Que los gobiernos diseminen información inexacta, descontextualizada o abiertamente falsa es una fuente de inestabilidad y en ciertas circunstancias, un cambio en el eje de rotación del planeta político, pues en algunos casos los medios asumen la función de control que la oposición tiene prevista en el ordenamiento constitucional. Por eso tantos políticos litigan contra los medios y los llegan a señalar como “enemigos del pueblo”.

El segundo abismo tiene que ver con la posibilidad de calumniar. La libertad de expresión es, sin duda, la madre de todas las libertades, pero debe tener límites.3 La calumnia es como el viento (diría la célebre aria) y es por supuesto un riesgo deleznable, pero siempre presente como posibilidad en la labor periodística. Al igual que la mentira, la calumnia (a los enemigos o a los adversarios) convive con las noticias cotidianas y se mezcla con otros discursos para diluir su naturaleza. Algo así como si calumniar se justificara como un mal menor. Ocurre con frecuencia en el debate democrático contemporáneo, pues una forma de restar autoridad moral a alguien es etiquetarlo, por ejemplo, como un intruso pernicioso (enemigo de clase, miembro de la casta, fascista, populista, chavista) y ponerlo en una situación en la cual es lícito decir cualquier cosa de él o divulgar sus datos personales y su presunción de inocencia. Total, se está luchando por un bien superior. Pero atención, por esa vía se legitima la calumnia y la filtración de expedientes como procedimiento y se minimiza su naturaleza ruin. Es fácil que un discurso crítico contra una política determinada encuentre simpatía y receptividad cuando se difama a un político o se publicitan datos sensibles sobre su vida o finanzas personales que defiende tesis contrarias. Es sorprendente cómo las afinidades pueden minimizar ciertas cosas (como acusar a alguien de consumir alcohol o drogas) si se trata de una personalidad que nos agrada y, por el contrario, dar crédito a cualquier rumor cuando la persona nos resulta desagradable. Lo mismo ocurre con operaciones financieras. Un simple señalamiento de la autoridad puede ser destructivo. No importa que sea falso si ayuda a la causa.

Esta última desviación es producto de una imbricación ontológica propia de los tiempos que corren. Me explico. La mayor parte de los consumidores de información cotidiana hacemos una lectura selectiva de la información, por eso puede ocurrir que, difamar, otro de los abismos señalados por el papa argentino, sea una moneda corriente que convive sin notarse en todos los casos con el ecosistema periodístico. Tiene particular relevancia la forma en que los medios tratan las filtraciones de la autoridad de expedientes policiacos. También es de atención obligada la presunción de inocencia. Golpear y manchar prestigios, informar de manera poco rigurosa o con un afán deliberado de dañar una reputación para obtener alguna ventaja, es un abismo por el que cada vez más se deslizan los medios de comunicación que carecen de protocolos de criba de información y capacidad de verificar con prontitud aquello que es certero de lo que es una infamia. De hecho, en muchas ocasiones, la mentira pura y dura se articula con la calumnia y la difamación —esta última tercera desviación— para tejer un discurso que no distingue lo éticamente aceptable de lo indeseable y ruin.

El avance de esta práctica responde, en gran medida, al desarrollo tecnológico que ha posibilitado que todo ciudadano, con ciertas habilidades técnicas, pueda subir información (texto, audio y video) a la red, generando un espacio transmediático en el cual los medios tradicionales conviven con información generada en las redes sociales que no es siempre procesada o validada por los canales ortodoxos de control y verificación, pero que, con facilidad, se convierte en tema de la agenda pública. Ahora bien, el cambio tecnológico, como ha explicado Manuel Castells,4 no solamente implica la proliferación de los emisores y las infinitas posibilidades de generar contenido y compartirlo, sino en la posibilidad de subirlo a redes alternativas que persiguen propósitos diferentes a los de los medios de información tradicionales y abren así canales inéditos de comunicación entre sectores e individuos tradicionalmente aislados. Esto puede ser positivo o tóxico. Muchas redes de activismo social (que han transformado realidades en diversas latitudes) actúan en el mismo espacio y, por supuesto, los grupos políticamente orientados también incursionan en este universo. Los triunfos de Barack Obama y Donald Trump se explican, en gran medida, por las redes sociales. En Brasil y en México, las victorias de Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente, han sido imputadas por ellos mismos a lo que el presidente mexicano ha llamado “las benditas redes sociales”. El nuevo espacio público no se explica sin ellas. Pero el espacio no es solamente un canal liberador, es igualmente un campo fértil para la simplificación, el racismo y el discurso antirracional y la difusión descontrolada de datos personales. De cómo se organice el flujo de información y el debate público en esas plataformas, dependerá el tipo de democracias que tendremos.

Es preciso matizar que, todos los propósitos de generación de información (activismo o proselitismo electoral) son, en principio, legítimos, pero se confunden cuando el consumidor de los medios tradicionales se mimetiza con el activista contratado para generar una sensación de plenitud del espacio público (muchas cuentas en las redes sociales son mercenarias). Son cosas diferentes, pero, en muchos casos, se mezclan. El tradicional consumidor de medios puede también participar como un activista al subir, a su propia plataforma, contenidos no validados que interactúan con los comprobados y verificados de los medios. Un militante activo de una fuerza política tenderá a favorecer una óptica conveniente a su causa, mucho más que un análisis balanceado y objetivo. Ese mismo individuo participará en la conversación nacional y presionará en las redes para que su visión prevalezca sobre otras. El paisaje es totalmente nuevo y la disputa por el relato cotidiano de la marcha de los países se desenvuelve en ese marco. El balance es todavía preliminar, pero no es alentador, según autores tan influyentes como Zygmunt Bauman.5

La estigmatización de un determinado grupo al que el discurso político hegemónico ha conseguido enmarcar como el enemigo a vencer, o aquel al que se le tacha como responsable de una situación adversa, puede ser consecuencia de la actitud sesgada del grupo que denuncia y con facilidad calumnia. Puede usarse como blanco de ataques a los extranjeros (nos vienen a quitar el trabajo, vienen a generar inseguridad, se llevan nuestro oro o nos expolian las riquezas) o a cualquier otro actor (judíos, árabes, mexicanos, etc.). Finalmente, el abanico de las teorías de conspiración (que es el uranio enriquecido para los nacional-populismos) es muy amplio. Pero no sólo ocurre con los extranjeros, también sucede con los nacionales a quienes se culpa, por un artificio retórico, de los males que padece una comunidad (la casta, la banda, la mafia en el poder, los periodistas críticos). El tema de los linchamientos digitales empieza a ser cada vez más relevante en la agenda.6

Si en vez de hablar de naciones y comunidades políticas desarrolladas, lo tradujéramos a la política de hordas, diríamos que una caricatura de lo que hoy sucede en muchas democracias, es la acusación de que la horda que “come cocos” es la responsable de que la horda que “come pescado” no tenga alimentos y por eso es lícito acabar con el prestigio y el buen nombre de los enemigos del clan al que se pertenece. Así de elemental y así de primitivo.

La dinámica de la comunicación moderna está marcada por los dilemas que acertadamente señalaba el pontífice. Los desafíos son enormes para el periodismo en el despliegue de su propia actividad. Para los medios de comunicación es prioritario establecer protocolos para el tratamiento de los datos personales que hoy se consiguen mediante la interacción con las distintas plataformas. Además, estamos en los albores de la interacción entre el acto de comunicación y la inteligencia artificial y más aún con esas tecnologías llamadas exponenciales y por tanto hay poca conciencia de los riesgos que esto implica.

Hoy en día, la operación de los medios en internet incluye algoritmos y la posibilidad de retener y usar, con propósitos no consentidos, datos personales y preferencias de los usuarios. El principio que rige esta práctica creciente es conocer mejor a la audiencia para entregar paquetes personalizados de información. Este encomiable propósito esconde algunas desventajas. La primera es que el ángulo de lectura de la realidad se reduce a los temas que habitualmente consume un individuo determinado, estrechando su posibilidad de obtener información de otro tipo que pueda resultar relevante para modificar sus percepciones o influir en sus voliciones. La segunda es que se compartan esas bases de datos con propósitos comerciales o políticos sin el consentimiento expreso de los usuarios para usarlos. Un consumidor de deportes puede ser identificado a partir de sus lecturas y recibir publicidad específica, lo mismo ocurre con quienes leen suplementos de viaje o crónicas gastronómicas. La identificación de las preferencias permite mandar información personalizada que se obtiene a partir del tratamiento de las bases de datos. Lo mismo ocurre, como ha quedado demostrado, con la operación de empresas especializadas en las campañas electorales como Cambridge Analytica. Que se predetermine el perfil político de algún lector y a partir de ahí se le bombardee con información sesgada que altera su equilibrio fundamental al confirmar de forma contundente sus prejuicios, puede llevar a exacerbar posiciones extremas y debilitar, por esa vía, a las democracias como apuntábamos al inicio de este trabajo.

Las políticas de privacidad y de uso de datos personales son incipientes y los usuarios de las redes y las plataformas de internet pueden ser usados —sin percatarse— en estrategias de comunicación que les son ajenas. La UNESCO ha insistido en la necesidad de legislar en esta materia o por lo menos alfabetizar a los usuarios en lo que el mundo digital plantea como desafío. La mayor parte de ellos desconoce cuándo y cómo son usados sus datos personales para propósitos que no siempre ellos mismos aprobarían.

El cuarto abismo que señalaba el papa es el de la coprofilia y se explica por sí mismo. Según muchos observadores, es algo que, a los periodistas y a las audiencias, en principio, les repugna, pero sienten una atracción irresistible por ella. La cobertura de la violencia y el escándalo, el linchamiento, el lenguaje fácil y simplificador son moneda de curso legal en periódicos de amplísima circulación y en especial los de corte popular. Más frecuente todavía es verlos en páginas de internet con creciente éxito. De forma incipiente se empiezan a manejar protocolos de tratamiento de la identidad de las víctimas y de los presuntos culpables, así como la divulgación de rostros y datos personales, pero todavía hay mucho camino por recorrer. Decía el papa, en la citada entrevista, que hay periódicos que al leerlos se siente que chorrean sangre. Insisto, no solo la prensa, también la televisión e internet se han volcado al escándalo y al amarillismo como mecanismo de penetración.

En resumen, de los cuatro abismos dejaremos por visto este último y los temas de difamación y calumnias, para centrarnos, en la sección final de este ensayo, en el dilema fundamental de lo verdadero y lo falso y su impacto en las democracias modernas.

La revuelta antiestablishment

Una de las características más relevantes de la democracia del siglo XXI es que los ciudadanos de los regímenes constitucionales muestran, con diferentes tonalidades e intensidades, una creciente desconfianza en sus élites, sus partidos y sus instituciones.

No es, por supuesto, saludable para la vida democrática de ninguna nación, que la desconfianza ciudadana se expanda como la humedad. El precario estado de los sistemas de representación popular y también de los aparatos de seguridad y justicia, explican esa insatisfacción. La desconfianza ha avanzado, igualmente, de manera galopante, sobre el espacio en el cual se desarrollaba la deliberación pública de forma central: los medios de comunicación.

Los medios no son, en este contexto de indignación e inconformidad, los genios liberadores que protagonizaron la llamada tercera ola democratizadora que arrancó en Europa del Sur en los años setenta del siglo pasado, por el contrario, forman parte del elenco de los acusados en esta rebelión antiestablishment, que se ha dado en prácticamente todo el mundo. Si se recorre la geografía política del descontento, se puede comprobar que, desde la Primavera Árabe hasta las elecciones en Ucrania de 2019, es claro que la gente está fastidiada con la política tradicional, cortesana y, por ello, favorece a líderes rupturistas de distinta orientación que centran buena parte de sus críticas en los medios tradicionales.

¿Cuáles son los rasgos más sobresalientes de este tipo de líderes quienes, al mismo tiempo que entretienen y divierten al soberano, juegan con sus aspiraciones y manipulan sus emociones? Lo primero es que plantean soluciones simples a problemas complejos y por eso encuentran un ambiente adverso en la prensa independiente y seria. Se sienten en un medio ambiente propicio en las redes sociales.

Esos hiperreductores tienen la habilidad de que la gente los sienta cercanos. Por eso disputan tanto el espacio tradicional de los medios y los minimizan cuando pueden. Es sabido que el homo sapiens desarrolla lealtades por cercanía, como aquello de: “puedo confiar en este señor porque habla como yo”.

La máxima expresión de esta política populista y uso intensivo de datos personales y de Facebook para influir en las elecciones es Donald Trump (el presidente de los Estados Unidos). El magnate conecta con un segmento de la población que, en lugar de castigar los excesos verbales y la falta de sofisticación de los argumentos para apoyar ciertas políticas públicas, lo premia electoralmente y dice: tal vez este hombre es racista, lo cual puede tener una carga negativa, pero (en el fondo ellos también lo son) por fin alguien se atreve a decir la verdad. El punto es que el mensaje fue emitido a sabiendas de que caía en suelo fértil para hacer crecer los prejuicios.

Confrontar a esta nueva oleada de generadores de inestabilidad, que apelan a los prejuicios más peligrosos y aprovechan el uso poco claro de datos personales, pone a los medios tradicionales en una situación complicada por dos razones fundamentales. La primera es porque los pone en una ruta de confrontación cotidiana con el poder político, lo cual genera un desgaste y provoca el alineamiento de las audiencias, quienes tienden a ver la interacción más como una confrontación (los medios masivos vs. el presidente) o quienes la ven como una sana clarificación entre la verdad y la propaganda.

La segunda es que, aunque los gobiernos de esa estirpe generen condiciones de acoso a los medios independientes y críticos, al señalarlos como desleales, traidores o moralmente insolventes, mediante la promoción de linchamientos en redes sociales, el deber de los periodistas es pugnar por que la verdad resplandezca. Por ello, para los gobiernos de esa laya, los hechos pueden ser subversivos, pero al final la experiencia dicta que, para una democracia, la mentira es tóxica en el largo plazo. La democracia es un régimen abierto que se nutre de información disponible y cuando las mentiras colonizan el espacio público, las democracias se convierten en espectáculos o en imposturas.

La calidad democrática, informa IDEA Internacional,7 ha retrocedido en democracias consolidadas por efecto de esta nueva realidad que conviene no perder de vista.

* En esta ocasión en la sección El Árbol del Paraíso de la revista Sociedad y Transparencia, presentamos un texto escrito por el reconocido periodista y académico Leonardo Curzio, publicado originalmente como un capítulo del libro “Periodismo y la Protección de los Datos Personales”, editado por el INAI.

NOTAS


1 Jordi Évole, entrevista al papa Francisco. Transmitida el 1 de abril de 2019 por el canal español La Sexta en el programa Salvados. En: https://www.atresplayer.com/lasexta/ programas/salvados/temporada-14/francisco_5c9f49237ed1a885b9056c1f/

2 Norberto Bobbio, Democracia y secreto. Fondo de Cultura Económica, México, 2013.

3 Tymothy Gartonash, Libertad de palabra. Diez principios para un mundo conectado, Barcelona, Tusquets, 2017, p. 257.

4 Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza, Alianza, Madrid, 2012.

5 Zygmunt Bauman y Thomas Leoncini, Generación líquida. Transformaciones en la era 3.0, España, Paidós, 2018.

6 Ana María Olabuenaga, Linchamientos digitales, México, Paidós, 2019.

7 El estado de la democracia en el mundo y en las Américas 2019. Confrontar los desafíos, revivir la promesa. IDEA Internacional. Noviembre 2019. Disponible en: https://www.idea.int/sites/default/files/publications/el-estado-de-la-democracia-en-el-mundo-y-en-las-americas-2019_0.pdf